lunes, 24 de febrero de 2014

CARTA A UN VIEJO AMIGO

       Ordenando los cajones de mi habitación, bajo una maraña de cables sin sentido, y cubierto por un montón de facturas de teléfono, un par de clips y alguna que otra goma del pelo, descubrí una pequeña nota escrita en una servilleta de papel. Hace ya como unos seis o siete meses que la escribí y en ella intenté plasmar un pedazo de lo que ocurría por aquel entonces dentro de mi cuerpecito, al que nunca se le dio bien resistir la metralla. Supongo que me entró un ataque de sinceridad y quise decirte muchas cosas pero siempre fui muy cobarde así que se lo conté todo a una servilleta de bar.
      Releyéndola llego a la conclusión de que puede que la escribiera con la intención de retener o atesorar lo que sentía cuando me abrazabas por aquel entonces, quizás con miedo a olvidar aquella desconcertante sensación. La nota iba dirijida a ti pero nunca tuve la intención de que la leyeras; el deseo sí, pero nunca la intención. Voy a dejar que la leas ahora porque me gusta pensar que hasta no hace mucho, me conformaba con darte uno de esos abrazos, y sin embargo ahora no concibo mi vida sin ti.      
      
       "Si, cuando te veo siento unas ganas irrefrenables de acercarme a ti y dejar que me abraces, no es porque te quiera sino porque entre tus brazos siento que me separo del suelo. Y si, cuando te abrazo siento unas ganas locas de acercarme a tu cuello, no es porque esté enamorada de ti sino porque sé que tú lo estás de mí. Si siento la necesidad de hundir mi nariz en tu jersey para intentar retener tu olor y evocarlo cuando no estés, no es porque te necesite sino porque te has hecho un hueco en mi vida. Pero quién sabe. Aunque sí sé que es porque hueles a madera y a sándalo y porque tus abrazos son de esos en los que, sin querer, cierras los ojos. Porque tienes los ojos tristes, los más bonitos y tristes que he visto nunca. Y, en realidad, no es por tus ojos, sino por cómo me miras, por cómo vences el cansancio y los problemas para dedicarme la más profunda de las miradas; y me dejas ver lo que sientes cuando se te empañan los ojos de ternura; me traspasas y haces que me entren ganas de dejarme llevar por ti, como quien se deja llevar por una pareja de baile.
Y déjame decirte que el lugar que más me gusta del mundo es el ángulo que se forma entre el final de tu cuello y el principio de tu hombro"
     
      Está claro que sólo escribí sin pensar en el ritmo ni en las palabras, en la composición ni en si resultaría bonito de leer o no. Simplemente escribí. Escribí una nota para ti y ahora te la doy porque quizá necesites leerla. O yo necesito que lo hagas.

jueves, 23 de enero de 2014

FRAGILIDAD

      Está llena de tristeza. Date cuenta de que, a penas la tocas, se derrama en lágrimas como si ese cuerpo tan pequeño no contuviera otra cosa. Como cuando mueves un vaso lleno hasta el borde. Así precisamente está ella, desbordada de sentimientos dispares que la siguen haciendo parecer la chica más triste de la ciudad.
       Pero amigo, el mundo está lleno de chicas tristes. Las puedes ver andando por la calle, con una bonita máscara prefabricada de base de maquillaje, antiojeras, colorete de marca y máscara de pestañas. No te dejes engañar, esas pestañas espesas solo sirven para enmarcar unos ojos de brillo acuoso que resguardan sus almas opacas. Tras sus acartonadas sonrisas puede adivinárseles un atisbo de belleza; porque - ya te darás cuenta- algunas de ellas son endiabladamente bellas.
       Y yo qué sé, puede que algunas de estas chicas tristes solo necesiten un beso en la frente pero cualquiera se atreve a si quiera rozar esa fragilidad, ¿no crees?
      Lo cierto es que, digan lo que digan, es una pena.

miércoles, 1 de enero de 2014

DEL DÍA EN QUE TUVE LOS PIES MÁS CALIENTES QUE EL RESTO DEL CUERPO

       Anochece y mis pies son ahora dos témpanos, gélidos y violáceos. Y se me ocurre que quizás puedas venir aquí y calentarme los pies, derretir su escarcha, con esa paciencia y dedicación tuyas.
       Ten mis pies. Acógelos en tus manos, apriétalos entre tus muslos o ponlos debajo de ti. Enróllalos en la manta, mételos debajo de tu suéter o frótalos como si fueras a hacer fuego. Sé que, si cupiesen, me ofrecerías el interior de tu boca para calentarlos, pero solo caben mis dedos. Aún así deja que sienta tu cálido aliento sobre ellos.
       Caliéntame los pies, como quien calienta a un gatito repudiado por su madre, como la taza de café humeante que es rodeada por unas manos frías, como si fueras una resistencia que calienta el aire. Caliéntame los pies o el resto de mi cuerpo a ver si así, por extensión, consigo dejar de pensar en que tengo los pies fríos. Podrías introducirte dentro de mí e incendiar un bosque desde dentro dejando que bailen las chispas. Provoca llamaradas, deflagraciones, haz que arda en una febril combustión y deja que se apaguen poco a poco las ascuas. Que solo queden cenizas candentes en mis pies para dilatar lo caliente. Caliéntame la vida, a besos, a mordiscos, a lengüetazos, con tu cuerpo y tu aliento o tus manos. Y haz que este sea el único momento en el que tenga los pies más calientes que el resto del cuerpo.

domingo, 29 de diciembre de 2013

CLEMENTINAS

       Ya se había puesto el sol cuando decidió abandonar el sillón para ordenar un poco la sala. Cerró el portátil, amontonó los libros, dejó la taza en la pila de la cocina y limpió sus gafas con la manga del suéter. Decidió apagar el calefactor porque ahora la casa estaba lo suficientemente caliente como para no tener que ponerse unos pantalones. No le gustaba andar por casa vestida; ni vestida ni con zapatos. Sin embargo hoy llevaba unos calcetines color burdeos, la piel de los muslos erizada y el pelo algo revuelto.
       Miró el móvil; ninguna llamada, ningún correo, ningún mensaje... siguió esperando que pasara algo a su alrededor que la rescatara de aquella soporífera sala de estar. Volvió a la cocina arrastrando los pies, arrastrando sus preciosos calcetines burdeos, y reparó en que encima de la mesa, en el cuenco grande de madera que tanto le gustaba, había medio kilo de naranjas clementinas que había comprado hacía dos días. Pensó que debía aprovechar y comer algunas antes de que empezaran a ponerse blandas y arrugadas. Tomó una en su mano, apretó con sus dedos la fruta naranja y se la llevó a la nariz. Inspiró para olerla. Olía a dulce azahar, a verano, a desayunos. Recordó cómo su padre la había enseñado a usar una cuchara para pelar aquella fruta y cómo su madre, por el contrario, solía pelarlas hincando su uña del dedo gordo. Rodeada por estos recuerdos, clavó sus uñas en la clementina haciendo que salpicara su jugo y su esencia aceitosa en las manos. Ahora esa fragancia dulce y agria dominaba su olfato. Terminó de pelar la fruta quitando meticulosamente las hebras blancas de alrededor. Comenzó a comerla y cada trozo que llevaba a su boca, explotaba como una burbuja intensa de sabor. Tenía los ojos cerrados, quizás para intentar retener en el recuerdo aquel momento, o quizás para evocar otros. Se tomó su tiempo para pelar una segunda naranja, y una tercera. Todas sabían ligeramente diferentes y pensó que aquellas piezas de fruta no le habían llenado solo el estómago, por alguna razón pensó que le habían llenado también un poquito el espíritu, el alma o lo que quiera que fuese aquella sensación de bienestar.
       Desde la sala sonó su teléfono. Se levantó despació y contestó. - "¡Qué alegría oirte! Pensaba que te había pasado algo"- dijo.
Oía tranquila la explicación que le daba aquella voz masculina. Y casi inconscientemente se llevó la mano a la nariz, sonrió e interrumpió diciendo: "Deberías olerme las manos ahora mismo... ven y te pelo unas clementinas".

TE CUENTO

       Te cuento que a veces te me antojas insondable como un abismo profundo y oscuro. Y otras veces creo que te conozco de toda la vida, como si siempre te hubiera tenido cerca. Te cuento que te siento dentro de mi pecho, en mi estómago, como las náuseas irrefrenables que producen los nervios. Ahí es dónde te has acomodado últimamente: dentro de mí. Paseas a tus anchas en mi interior como un okupa que no tiene miedo a ser desalojado. Te aferras a las paredes de mi caja torácica. A veces creo que habitas justo detrás de mi estómago, el cual empujas hasta tocarme el corazón. Si no, no entiendo esa sensación de no poder respirar cada vez que te noto.
       Te cuento que ahora mismo tengo frío y me duele la espalda, y por la ventana me veo a mi misma regando madreselvas.
       Verdades afiladas que no sé bien cómo te sentarán, historias con música, lunares y pecas en tus hombros… te cuento tantas cosas. Te cuento entre las personas que más me importan. Y te lo cuento todo con la esperanza de que vengas aquí, te acomodes a mi lado y seas tú quien me cuente.



viernes, 27 de diciembre de 2013

TIRAMISÚ


Saboréalo despacio,
con o sin cuchara,
pero ve lento.

T

e invito a un tiramisú. No a un tiramisú cualquiera, no uno de esos que se venden envasados por un fabricante mayorista, ni uno de esos otros que sirven en los restaurantes que creen hacer bien la receta. El tiramisú al que te invito es diferente al resto de cualquier postre porque será nuestro, para nosotros, para tu boca y la mía. Será especial también en el procedimiento de degustación pues debe comerse con las manos, usando los dedos, la punta de los dedos que habrás de chupar y saborear con la más intensa dedicación. Lo tienes enfrente de ti dispuesto en un delicado plato blanquecino. ¿Lo ves? Debes hundir primero la punta de tu corazón – el dedo corazón- para atravesar la fina y expugnable capa de cacao en polvo. Esta es apenas perceptible para el tacto de las yemas de los dedos. No es así en el caso de la segunda capa en la que deberás abrirte paso usando también el dedo índice, lo que ayudará a que haya más superficie de contacto. De esta manera habrás de introducirte lentamente en la cremosa y tibia crema de queso mascarpone. Nota cómo se rompe su consistencia, cómo se adhiere alrededor de tus dedos, atrapándote entre su sedoso y untuoso cuerpo; disfruta del tacto, de cómo resbala la crema entre tus dos dedos mientras deslizas uno contra otro. Sigue paseando y profundizando, como quien descubre el tacto de meter su mano en un montoncito de arena fría, hasta llegar al bizcocho. ¿Lo notas? Está húmedo, jugoso, impregnado de café y licor, esponjoso y delicado, hinchado y lleno de aire… rómpelo. Deshazlo con la punta de los dedos, habrás llegado ya al fondo. Ahora es cuando debes prestar más atención al resto de tus sentidos: inhala su aroma, observa su brillo, mueve los dedos rodeando ese trozo de dulce y delicado postre. Sostenlo con delicadeza ayudándote de un tercer dedo y dirígelo hacia tu boca. Estarás salivando y preparado para cerrar los ojos y disfrutar de los sabores que se acoplan perfectamente entre ellos: el bizcocho borracho de café, el queso batido, el cacao…Recibe tus dedos con toda tu boca y chúpalos,  que salgan limpios y brillantes, no te dejes nada. Y ahora paladea ese trozo de tiramisú, haz que tu lengua le dé vueltas dentro, que el sabor y la textura recubran hasta el cielo de tu boca. Traga. Chasquea la lengua. Espira el aire para notar el recuerdo de todo el sabor que se aferra a tu lengua, al interior de tu nariz. ¿Me das un trozo?