Ya se había puesto el sol cuando decidió abandonar el sillón para ordenar un poco la sala. Cerró el portátil, amontonó los libros, dejó la taza en la pila de la cocina y limpió sus gafas con la manga del suéter. Decidió apagar el calefactor porque ahora la casa estaba lo suficientemente caliente como para no tener que ponerse unos pantalones. No le gustaba andar por casa vestida; ni vestida ni con zapatos. Sin embargo hoy llevaba unos calcetines color burdeos, la piel de los muslos erizada y el pelo algo revuelto.
Miró el móvil; ninguna llamada, ningún correo, ningún mensaje... siguió esperando que pasara algo a su alrededor que la rescatara de aquella soporífera sala de estar. Volvió a la cocina arrastrando los pies, arrastrando sus preciosos calcetines burdeos, y reparó en que encima de la mesa, en el cuenco grande de madera que tanto le gustaba, había medio kilo de naranjas clementinas que había comprado hacía dos días. Pensó que debía aprovechar y comer algunas antes de que empezaran a ponerse blandas y arrugadas. Tomó una en su mano, apretó con sus dedos la fruta naranja y se la llevó a la nariz. Inspiró para olerla. Olía a dulce azahar, a verano, a desayunos. Recordó cómo su padre la había enseñado a usar una cuchara para pelar aquella fruta y cómo su madre, por el contrario, solía pelarlas hincando su uña del dedo gordo. Rodeada por estos recuerdos, clavó sus uñas en la clementina haciendo que salpicara su jugo y su esencia aceitosa en las manos. Ahora esa fragancia dulce y agria dominaba su olfato. Terminó de pelar la fruta quitando meticulosamente las hebras blancas de alrededor. Comenzó a comerla y cada trozo que llevaba a su boca, explotaba como una burbuja intensa de sabor. Tenía los ojos cerrados, quizás para intentar retener en el recuerdo aquel momento, o quizás para evocar otros. Se tomó su tiempo para pelar una segunda naranja, y una tercera. Todas sabían ligeramente diferentes y pensó que aquellas piezas de fruta no le habían llenado solo el estómago, por alguna razón pensó que le habían llenado también un poquito el espíritu, el alma o lo que quiera que fuese aquella sensación de bienestar.
Desde la sala sonó su teléfono. Se levantó despació y contestó. - "¡Qué alegría oirte! Pensaba que te había pasado algo"- dijo.
Oía tranquila la explicación que le daba aquella voz masculina. Y casi inconscientemente se llevó la mano a la nariz, sonrió e interrumpió diciendo: "Deberías olerme las manos ahora mismo... ven y te pelo unas clementinas".
domingo, 29 de diciembre de 2013
CLEMENTINAS
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Quiero unas clementinas!!!!Es muy bueno...espectacular.
ResponderEliminarMuchas gracias ;)
EliminarPélame unas clementinaaas!! :)
ResponderEliminarA la orden! Me pasaré por tus blogs a echarles un vistazo, que por lo que veo tienes más de uno ;))
EliminarA la cola..."caracola" :)
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