miércoles, 1 de enero de 2014

DEL DÍA EN QUE TUVE LOS PIES MÁS CALIENTES QUE EL RESTO DEL CUERPO

       Anochece y mis pies son ahora dos témpanos, gélidos y violáceos. Y se me ocurre que quizás puedas venir aquí y calentarme los pies, derretir su escarcha, con esa paciencia y dedicación tuyas.
       Ten mis pies. Acógelos en tus manos, apriétalos entre tus muslos o ponlos debajo de ti. Enróllalos en la manta, mételos debajo de tu suéter o frótalos como si fueras a hacer fuego. Sé que, si cupiesen, me ofrecerías el interior de tu boca para calentarlos, pero solo caben mis dedos. Aún así deja que sienta tu cálido aliento sobre ellos.
       Caliéntame los pies, como quien calienta a un gatito repudiado por su madre, como la taza de café humeante que es rodeada por unas manos frías, como si fueras una resistencia que calienta el aire. Caliéntame los pies o el resto de mi cuerpo a ver si así, por extensión, consigo dejar de pensar en que tengo los pies fríos. Podrías introducirte dentro de mí e incendiar un bosque desde dentro dejando que bailen las chispas. Provoca llamaradas, deflagraciones, haz que arda en una febril combustión y deja que se apaguen poco a poco las ascuas. Que solo queden cenizas candentes en mis pies para dilatar lo caliente. Caliéntame la vida, a besos, a mordiscos, a lengüetazos, con tu cuerpo y tu aliento o tus manos. Y haz que este sea el único momento en el que tenga los pies más calientes que el resto del cuerpo.

1 comentario: